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Luisa Piccarreta, la Pequeña Hija de la Divina Voluntad Parte 2

 


 

la ciencia médica. Pero todos los médicos consultados quedaron desconcertados ante un caso clínico tan único y singular. Luisa
estaba afectada por una rigidez cadavérica, aunque daba señales de vida, y no existían cuidados que pudieran aliviarla de esas penas indecibles. Cuando se agotaron todos los recursos de la ciencia, se acudió a la última esperanza: los sacerdotes. Fue llamado a su cabecera un sacerdote agustino, el padre Cosme Loiodice, que se encontraba con su familia por las famosas leyes
siccardianas (Nota del traductor: en Italia, el siglo pasado, el político y jurista Giuseppe Siccardi promovió la promulgación de leyes anticlericales); ante el asombro de todos los presentes, bastó una señal de la cruz, que el Padre hizo sobre el pobre cuerpo, para que la enferma recuperara inmediatamente sus facultades normales. Cuando el padre Loiodice volvió al convento, fueron
llamados algunos sacerdotes seculares, los cuales, con un signo de la cruz, hacían que Luisa volviera a la normalidad. Ella tuvo la convicción de que todos los sacerdotes eran santos, pero el Señor un día le dijo: «No porque sean todos santos -- ¡ojalá lo fueran!-, sino sólo porque son la continuación de mi sacerdocio en el mundo, tú debes estar siempre sometida a su autoridad sacerdotal; nunca vayas en contra de ellos, sean buenos o malos» (cf. Volumen I).

Luisa siempre se sometió a la autoridad sacerdotal, a lo largo de toda su vida. Este fue uno de los puntos que más la hicieron sufrir. La necesidad diaria de la autoridad sacerdotal para volver a las ocupaciones

 

normales era para Luisa la mayor mortificación. En los primeros tiempos las incomprensiones y los sufrimientos más humillantes los padeció precisamente de parte de los sacerdotes que la consideraban una joven exaltada, loca, una persona que quería atraer hacia sí la atención de los demás.

Luisa aceptó el papel de víctima
En una ocasión la dejaron en aquel estado durante más de veinte días. Luisa, que aceptó el
papel de víctima, llegó a vivir una situación particularísima: cada mañana se encontraba rígida, inmóvil, encogida en su cama, y nadie era

Photo of Padre Bucci.
Padre Bucci, un sacerdote, un biógrafo de, y el promotor internacional de Luisa Piccarreta.

capaz de extenderla, alzar sus brazos, moverle la cabeza o las piernas. Como sabemos, era necesaria la presencia del sacerdote, que, bendiciéndola, con un signo de la cruz, anulaba aquella rigidez cadavérica y la hacía volver a sus ocupaciones normales (bordado con bastidor).

El arzobispo de entonces, Giuseppe Bianchi Dottula (22 de diciembre de 1848-22 de

septiembre de 1892), cuando tuvo noticia de lo que acaecía en Corato, después de escuchar el parecer de algunos sacerdotes, quiso tomar bajo su autoridad y responsabilidad este caso y, después de madura reflexión, creyó conveniente nombrar como confesor particular a Don Michele De Benedictis, espléndida figura de sacerdote, al que Luisa abrió totalmente su alma.

Luisa vivía en la VD solos
Don Michele, sacerdote prudente, de vida santa, impuso límites a sus sufrimientos y ella no debía hacer nada sin su consentimiento. Fue precisamente Don Michele quien le ordenó que comiera al menos una vez al día, aunque inmediatamente después lo devolvía todo. Luisa debía vivir sólo de la Divina Voluntad. Fue este sacerdote quien le dio permiso de quedarse siempre en la cama, como víctima de expiación. Era el año 1888. Luisa permaneció clavada en su lecho de dolor, siempre sentada durante otros cincuenta y nueve años, hasta su muerte.

Conviene notar que hasta entonces ella, aun aceptando el estado de víctima, había permanecido en la cama de modo intermitente, porque la obediencia nunca le había permitido quedarse en la cama de modo continuo. Pero desde el día de Año nuevo de 1889 se quedó en el lecho de forma permanente.

En 1898, el nuevo arzobispo Tommaso De Stefano (24 de marzo de 1898-13 de mayo de 1906) nombró como nuevo confesor a Don Gennaro Di Gennaro, que desempeñó esa tarea durante veinticuatro años.