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Oraciones En La Divina Voluntad Parte 3

 


 

cadenas, séllame con tu amor! ¡Ah, muéstrame tu bello rostro! ¡Oh Jesús, qué hermoso eres! Tus cabellos atan y santifican todos mis pensamientos; tu frente calmada y serena en medio de tantas afrentas, me da la paz y me deja en una perfecta calma aun en medio de las más grandes tempestades, en medio de tus mismas privaciones y de tus caprichos que me cuestan la vida.

¡Ah! Tú lo sabes. Pero sigo adelante; esto te lo dice el corazón, que te lo sabe decir mejor que yo. ¡Oh amor! tus bellos ojos azules, refulgentes de luz divina me raptan al Cielo y me hacen olvidar la tierra, pero, ¡ay de mí! con sumo dolor mío se prolonga mi destierro todavía.

Pronto, pronto, ¡oh Jesús! Sí, eres bello oh Jesús, me parece verte en ese tabernáculo de amor, la belleza y majestad de tu rostro me extasía y me hace vivir en el Cielo; tu boca graciosa me da sus besos en cada momento; tu voz suave me llama e invita a amarte en todo momento; tus rodillas me sostienen; tus brazos me estrechan con vínculo indisoluble, y yo, mil y mil veces pondré mis besos ardientes sobre tu rostro adorable.

Jesús, Jesús, sea uno nuestro querer, uno el amor, único nuestro contento; no me dejes nunca sola, que soy nada, y la nada no puede estar sin el Todo. ¿Me lo prometes, oh Jesús? Parece que me dices que sí. Y ahora bendíceme, bendice a todos, y en compañía de los ángeles, de los santos, y de la dulce Mamá y de todas las criaturas te digo: ‘Buenos días, oh Jesús, buenos días.’

Ahora, después de haber escrito las oraciones anteriores bajo el influjo de Jesús, en la noche, al venir Él me hacía ver que el adiós y el buenos días los tenía conservados en su corazón, y me ha dicho: “Hija mía, estas oraciones han salido del fondo de mi corazón, y quien las rece con la intención de estarse conmigo como está expresado en ellas, Yo lo tendré conmigo y en mí haciendo lo que hago Yo, y no sólo los enfervorizaré en mi amor, sino que cada vez que lo haga aumentaré mi amor hacia el alma, admitiéndola a la unión de la Vida Divina y de mis mismos deseos de salvar a todas las almas.

Quisiera a Jesús en la mente, a Jesús en los labios, a Jesús en mi corazón; quisiera mirar sólo a Jesús, escuchar sólo a Jesús, estrecharme sólo con Jesús; quiero hacer todo junto con Jesús, amar con Jesús, sufrir con Jesús, jugar con Jesús, llorar con Jesús, escribir con Jesús; y sin Jesús no quiero ni siquiera respirar. Me estaré como una bebita llorona sin hacer nada, a fin de que Jesús venga a hacer todo junto conmigo, Divina Voluntad contentándome con ser su juguete, abandonándome a su amor, a sus castigos, a sus cruces y a sus amorosos caprichos siempre y cuando todo lo haga junto con Jesús.

¿Sabes oh mi Jesús? Esta es mi voluntad y no me cambiaré, ¿lo has oído? Así que ahora ven a escribir conmigo.

Ofrenda de la propia voluntad humana a la Reina del Cielo
Mamá dulcísima, heme aquí postrado ante tu trono: soy tu hijo el más pequeño, que quiero darte todo mi amor filial, y como hijo tuyo

quiero reunir todos los sacrificios, las invocaciones, las promesas que tantas veces he hecho de no hacer nunca más mi voluntad, y formando una corona quiero ponerla en tu regazo, como prueba de mi amor y de mi agradecimiento hacia Ti, que eres mi Madre.

Pero esto no me basta; quiero que la tomes en tus manos, en señal de que aceptas mi regalo, y al contacto de tus dedos maternales me la conviertas en tantos soles, al menos por cuantas veces he querido hacer la Voluntad Divina en mis pequeños actos.

Ah, sí, Madre y Reina, este hijo tuyo quiere tributarte un homenaje de luz y de soles refulgentísimos... Sé que Tú ya posees tantos de estos soles, pero no son los soles de este tu hijo; por eso quiero darte los míos para decirte que Te amo, y para hacerte que me ames.

Mamá Santa, Tú me sonríes y con toda bondad aceptas mi regalo, y yo de corazón Te doy las gracias; pero quisiera decirte tantas cosas... Quiero encerrar en tu Corazón materno mis penas y mis temores, mis debilidades y todo mi ser, como en el lugar de mi refugio; quiero consagrarte mi voluntad. Sí, oh Madre mía, acéptala; haz de ella un triunfo de la Gracia y un campo en el que la Divina Voluntad extienda su Reino.

Esta voluntad mía, consagrada a Ti, nos hará inseparables y nos tendrá en una relación continua; las puertas del Cielo no se cerrarán para mí, porque habiéndote consagrado mi voluntad, me darás a cambio la tuya. Así que, o la Madre vendrá a estar con su hijo en la tierra,