El nuevo confesor, intuyendo las maravillas que el Señor obraba en esta alma,
ordenó categóricamente a Luisa que pusiera por escrito todo lo que la Gracia de Dios obraba en ella.
De nada valieron todas las razones que expuso la Sierva de Dios para sustraerse a la obediencia de
su confesor: ni siquiera su escasísima preparación literaria la pudo eximir de la obediencia. Don
Gennaro Di Gennaro permaneció firme e inflexible, aun sabiendo que la pobre sólo hecho el primer
año de enseñanza primaria.
Luisa comienza su diario
Así comenzó, el 28 de febrero de 1899, la redacción de su diario, que ocupa treinta y seis gruesos volúmenes. El último capítulo quedó concluido el 28 de diciembre de 1939, día en que recibió la orden de no escribir más.
Al morir su confesor, el 10 de septiembre de 1922, le sucedió el canónigo
Don Francesco De Benedictis, que la asistió sólo durante cuatro años,
porque murió el 30 de enero de 1926.
El arzobispo, monseñor Giuseppe
Leo (17 de enero de 1920-20 de enero de 1939) nombró como confesor
ordinario a un sacerdote joven, don Benedetto Calvi, que permaneció junto
a Luisa hasta la muerte de ella, compartiendo todos los sufrimientos e
incomprensiones que se abatieron sobre la Sierva de Dios en los últimos
años de su vida. Al inicio del siglo, nuestra gente tuvo la suerte de ver por la Pulla al
Beato Aníbal María de Francia, que quería abrir una casa, tanto
masculina como femenina, de su
naciente congregación, en Trani.
Cuanto tuvo noticia de Luisa Piccarreta, acudió a visitarla, y desde ese
momento estas dos grandes almas estuvieron inseparablemente
unidas propópósitos comunes. También otros ilustres sacerdotes
frecuentaron a Luisa, como, por ejemplo, el jesuita padre Gennaro
Braccali, el padre Eustachio Montemurro, que murió con fama de
santidad, y Don Ferdinando Cento, Nuncio apostólico y Cardenal de la
Santa Madre Iglesia.
El Niño Jesús, como se ve por Luisa Piccarreta
El Beato Aníbal se convirtió en su confesor
extraordinario y revisor de sus escritos, que poco a poco eran
regularmente examinados y aprobados por la autoridad eclesiástica.
En 1926, aproximadamente, el Beato Aníbal ordenó a Luisa que
escribiera unos cuadernos de memorias sobre su niñez y su
adolescencia. El Beato Aníbal publicó varios escritos de Luisa, entre
los que se hizo muy famoso el libro “El reloj de la Pasión”, que tuvo
Beato Aníbal María de Francia varias ediciones, exactamente cuatro.
El 7 de octubre de 1928, completada la casa de las religiosas de la Congregación del Divino Celo en
Corato, para cumplir el deseo del mismo Beato Aníbal, Luisa fue trasladada del al
convento. El
Beato Aníbal ya había muerto con fama de santidad en Messina.
La persecución por parte de Roma
En 1938 sobre Luisa Piccarreta se abatió una tremenda tempestad: fue públicamente condenada
por Roma y sus libros fueron incluidos en el Índice. Apenas conoció la condena del Santo Oficio, ella
se sometió inmediatamente a la autoridad de la Iglesia. (1)
Desde Roma, enviado por las autoridades eclesiásticas, se presentó un sacerdote que le pidió todos
sus manuscritos; Luisa se los entregó pacífica y prontamente. Así todos sus escritos quedaron
guardados en los archivos del Santo Oficio.
El 7 de octubre de 1938, por disposiciones superiores, Luisa tuvo que abandonar el convento y
encontrar una nueva habitación. Pasó sus últimos nueve años de vida en una casa, situada en la
calle Maddalena, lugar que los ancianos de Corato conocen bien y de donde, el 8 de marzo de 1947,
vieron salir sus restos mortales.
El estilo de vida de Luisa fue muy modesto. Poseía poco o nada. Vivía en una casa de alquiler,
asistida amorosamente por su hermana Angelina y por algunas mujeres piadosas.
Lo poco que poseía no bastaba ni siquiera para pagar el alquiler de la casa. Para su sustento
trabajaba asiduamente con el bastidor, obteniendo lo que bastaba para mantener a su hermana,
dado que ella no necesitaba ni vestidos ni calzado. Su