tengo ánimo de dejarte solo; adiós te digo con los
labios, pero no con el corazón, más bien mi
corazón lo dejo junto contigo en el sagrario;
contaré tus latidos y te corresponderé, por cada
uno, con un latido de amor; numeraré tus
afanosos suspiros, y para darte consuelo te haré
descansar en mis brazos; seré tu vigilante
centinela, estaré atenta para ver si alguna cosa te
aflige o te da dolor, no sólo para no dejarte nunca
solo, sino para tomar parte en todas tus penas.
¡Oh, corazón de mi corazón! ¡Oh amor de mi
amor! Deja ese aire de tristeza y consuélate, no
resisto verte afligido. Mientras con los labios te
digo adiós te dejo mis respiros, mis afectos, mis
pensamientos, mis deseos y todos mis
movimientos, que enlazando entre ellos continuos
actos de amor, unidos a los tuyos te formarán
una corona, te amarán por todos.
¿No estás contento, oh Jesús?
Parece que me dices que sí, ¿no es verdad?
Adiós, oh amante prisionero. Pero aún no he
terminado, antes de irme quiero dejar también mi
cuerpo ante Ti; intento hacer de mi carne, de mis
huesos, tantos diminutos pedazos para formar tantas lámparas por cuantos sagrarios existen en el mundo, y de mi sangre hacer tantas llamitas
para encender estas lámparas, y en cada sagrario
quiero poner mi lámpara, que uniéndose a la
lámpara del sagrario que te ilumina la noche, te
dirá: “Te amo, te adoro, te bendigo, te ofrezco
reparación y te doy las gracias por mí y por
todos.”
Adiós, oh Jesús. Pero escucha una última
cosa:
"Hagamos un pacto, y este pacto sea que nos
amemos más; Tú me darás más amor, me
encerrarás en tu amor, me harás vivir de amor y
me sepultarás en tu amor; estrechemos más
fuertemente el vínculo del amor."
Sólo estaré contenta si me das tu amor para
poder amarte de verdad.
Adiós, oh Jesús, bendíceme, bendice a todos,
estréchame a tu corazón, hazme prisionera en tu
amor, y dándote un beso en el corazón te dejo.
(Vol. 11)
Los “buenos días” a Jesús
Oh Jesús mío, dulce Prisionero de amor, aquí me tienes de nuevo; me quedé contigo con decirte “adiós” y ahora regreso a Ti, dándote los “buenos días”. Me consumía el ansia de volverte a ver en esta prisión de amor, para darte mis amorosos saludos, mis latidos afectuosos, mis respiros encendidos y mis deseos ardientes, y todo mi ser entero, para fundirme todo en Ti, y dejarme en Ti en perpetuo recuerdo y prenda de mi amor constante hacia Ti.
¡Oh, mi siempre adorable Amor Sacramentado! ¿Sabes? A la vez que he venido para entregarme a Ti por entero, he venido también para recibir de Ti todo lo que eres por entero. Yo no puedo estar sin una vida para vivir, y quiero por eso la Tuya: a quien todo da, todo se le da, ¿no es cierto, Jesús?
Así pues, hoy amaré con tu latido de amante
apasionado, respiraré con tu respiro afanoso en busca de almas, desearé con tus deseos
inconmensurables tu gloria y el bien de las
almas; en tu latido divino correrán todos los
latidos de las criaturas, las tomaremos todas, las
salvaremos, no dejaremos que escape ninguna,
aun a costa de cualquier sacrificio, aunque tenga
que sufrir yo todas sus penas. Si Tú me echases
de tu presencia, me arrojaré aún más adentro,
gritaré más fuerte para implorar junto contigo la
salvación de tus hijos y hermanos míos.
¡Oh mi Jesús! Mi vida y mi todo, cuántas
cosas me dice este voluntario cautiverio tuyo,
pero el emblema con el cual te veo todo marcado
es el emblema de las almas, y las cadenas que
tan fuerte te atan, son el amor.
Las palabras almas y amor parece que te
hacen sonreír, te debilitan y te obligan a ceder en
todo, y yo, valorando bien estos tus excesos
amorosos, estaré siempre en torno a Ti, y junto
contigo, con mi estribillo de siempre:
"Almas y amor."
Por eso en este día te quiero a Ti por entero
siempre junto conmigo en la oración, en el
trabajo, en los gustos y en los disgustos, en el
alimento, en cada paso, en el sueño, en todo; y
tengo por cierto que no pudiendo obtener nada
por mí misma, contigo obtendré todo. Y todo lo
que haremos servirá para aliviarte cada dolor,
endulzarte cada amargura, repararte cualquier
ofensa, compensarte por todo y conseguir
cualquier conversión, aunque fuese difícil y
desesperada.
Iremos mendigando a todos los
corazones un poco de amor para hacerte más
contento y más feliz, ¿no está bien así, oh Jesús?
¡Oh amado prisionero de amor, átame con tus